¿Es posible sacarle sangre a alguien sin que le duela? Desde hace décadas este problema ha sido un gran reto para la industria de la medicina. Con el deseo de remplazar la vieja aguja, las compañías están intentando emplear rayos láser y diminutas aspiradoras para que extraigan la sangre.
En 2014, Ridhi Tariyal, ingeniera de Harvard, halló un método más sencillo. “Estaba intentando idear una manera para que las mujeres supervisaran desde casa su propia fertilidad”, me contó, “y ese tipo de exámenes diagnósticos necesitan mucha sangre. Y solo con juntar esas palabras ya es obvio. Cada mes tenemos una oportunidad para obtener sangre de las mujeres sin necesidad de agujas”.
Junto con su socio, Stephen Gire, patentó un método para recoger el flujo menstrual y transformarlo en muestras médicas. “Ahí hay mucha información que ahora se está yendo a la basura”, Tariyal explicó.
¿Por qué Tariyal vio una posibilidad que había eludido a tantos ingenieros antes que ella? Se podría decir que tiene una ventaja injusta: su género.
Dado que ella vive en el cuerpo de una mujer, contaba con experiencias que no eran asequibles para sus colegas varones: no tiene que imaginarse cómo se usaría su propio dispositivo, pues lo probó en su cuerpo antes de que saliera al mercado.
Al inicio, ella y Gire habían pensado en colocar chips de diagnóstico en los tampones para enviar notificaciones a las mujeres en tiempo real de su salud. Tariyal se dio cuenta pronto de que el “tampón inteligente” equipado con chips y transmisores le daban “ansias” —parecía un aparato de tortura salido de una película de David Cronenberg— y, sin duda, las clientes se sentirían igual. Por eso decidió que todos los exámenes médicos debían realizarse fuera del cuerpo; la revelación que determinó cómo diseñarían su producto.
Eric von Hippel, un académico de innovación en MIT, se ha pasado décadas estudiando lo que parece ser una verdad de Perogrullo: la gente que sufre de algún problema es la mejor preparada para solucionarlo. “Lo que encontramos es que las innovaciones funcionalmente novedosas ⎯aquellas que aún no tienen un mercado definido⎯ suelen provenir de los usuarios”, explicó. Señaló que los jóvenes californianos iniciaron con las patinetas porque querían “surfear” en las calles. Y los cirujanos construyeron las primeras máquinas de corazón y pulmones para mantener a los pacientes vivos durante cirugías largas. “La razón por la que los usuarios son tan inventivos es doble. Una es que conocen las necesidades de primera mano”, afirmó. La otra es que tienen mucho invertido en el asunto.
El principio del Dr. Von Hippel indudablemente se aplica a la menstruación. Desde tiempos antiguos, las mujeres han experimentando con toallas, tampones y remedios para los dolores. En el siglo XVI a. C. en Egipto, las mujeres dieron usos creativos a los papiros, mientras que en otros lugares de Asia y África sus contrapartes experimentaban con musgo absorbente. Siglos después, las enfermeras de la Primera Guerra Mundial reciclaban las vendas de celulosa.
En la década de los veinte, Lillian Gilbreth, una visionaria de la psicología industrial y una de las primeras ingenieras en tener un doctorado en Estados Unidos, decidió reinventar una vez más la toalla sanitaria. (Gillbreth, madre de 12 hijos, se hizo famosa más tarde por el libro “Cheaper by the Dozen”.) Cuando trabajaba para Johnson & Johnson, se dio cuenta de que las mejores ideas venían de las mujeres, así que interrogó a más de mil mujeres sobre sus frustraciones con los productos menstruales y les pidió que describieran su toalla ideal.
También reunió listas de las alteraciones y adaptaciones que las mujeres hacían a las toallas comerciales: por ejemplo, una estudiante de Smith College se imaginó un producto más discreto llamado Invisos para las jóvenes de la época del jazz que querían bailar en vestidos ajustados. Las compañías habían estado fabricando toallas que parecían pañales y les daban nombres como Descarga Ideal y el Barco Servilletas. La investigación de Gilbreth mostró que las mujeres alteraban las toallas para ajustarlas a sus cuerpos y que los nombres les daban pena. Johnson & Johnson usó estas revelaciones como inspiración para nuevas líneas de productos.
Pero parece que el deseo de Gilbreth por entender a las clientas es la excepción más que la regla en las empresas. De acuerdo con los autores del libro “Serial Innovators”, publicado en 2012, un inventor de Procter & Gamble recordó que incluso en los años ochenta tenía la impresión de que a sus jefes no les importaba o no sabían que las mujeres odiaban las toallas sanitarias que la empresa producía que parecían un ladrillo.
Hace poco estuve escarbando en 200 patentes otorgadas desde 1976 que se relacionaban con los tampones. Encontré que tres de cada cuatro de los inventores detrás de esas patentes era un hombre. Es obvio que el sexo masculino ha ejercido demasiado control en la forma en la que se hacen los productos menstruales.
Tariyal señala que hay muchas posibilidades sin explorar en la tecnología para la salud femenina, pues por mucho tiempo las mujeres no han tenido el poder para impulsar sus ideas. Y este problema no se reduce solo al sector salud.
En 2011, Annette Kahlet, abogada y académica especializada en la propiedad intelectual, escribió un artículo sobre la disparidad de género en las patentes y su efecto en el mundo de la tecnología. “Se están perdiendo oportunidades”, arguyó, “porque las ideas, inventos, perspectivas y soluciones propuestas por las mujeres se pierden”.
Consideren la historia de Sybilla Masters, a quien se le suele considerar la primera inventora de Estados Unidos. Después de diseñar a principios del siglo XVIII una máquina para moler granos, Masters dejó su casa en la vieja colonia de Pensilvania y navegó a Londres con la esperanza de sacar una patente británica. Pero las leyes de aquel entonces no permitían que las mujeres casadas poseyeran propiedad, así que tuvo que hacer la solicitud a nombre de su marido. Thomas Masters recibió la patente para “una nueva invención descubierta por Sybilla, su esposa”. Los contenidos de su mente le pertenecían a él.

Las inventoras aún se enfrentan a barreras para poder patentar. De acuerdo con un estudio de 2012, más del 92 por ciento de las patentes son de hombres. Y un estudio realizado en 2006 encontró que las académicas en las ciencias de la vida, el campo de Tariyal, registraban 60 por ciento menos patentes que los hombres.
“Los hombres tenían más relaciones sociales que los ayudaban a poner en marcha ideas y actividades comerciales”, dijo Toby Stuart, uno de los autores del estudio y profesor de la Escuela de Negocios Haas en la Universidad de California, en Berkeley. “Un profesor varón puede armar un escándalo en la oficina de transferencia tecnológica si no obtiene lo que quiere; también tiene contactos fuera de la universidad y tal vez conozca a más inversionistas de capital riesgo”. Mientras que “una profesora no conoce a mucha gente en la industria”.
Ridhi Tariyal no tenía ese problema. En 2013, cuando era becaria de emprendedores en las ciencias de vida, en la Escuela de Negocios de Harvard, se esperaba que produjera inventos. “La beca incluía muchos contactos”, afirmó. Un profesor de química la invitó a trabajar en su laboratorio y los expertos de la oficina de transferencia tecnológica la ayudaron a afinar su idea.
“Harvard hasta pagó a nuestros abogados de patentes”, relató. “Así que, obviamente, mi experiencia fue una excepción”.
No obstante, a pesar de todas estas ventajas, Tariyal y Gire descubrieron cuán difícil puede ser juntar dinero para tecnología relacionada con la salud de la mujer. Estuvieron un año reuniéndose con inversionistas, y les mostraron un prototipo en 3D que extrae líquido de un tampón.
El método es prometedor para la industria de los diagnósticos hechos en casa; es lo suficientemente fácil para que una mujer lo use en su baño. Al principio Tariyal y Gire imaginaban que la clienta sería una joven con deseos de monitorear si tenía infecciones comunes, como clamidia. Aunque ahora las clínicas ofrecen exámenes para detectar enfermedades de transmisión sexual de manera gratuita, “nadie quiere estar parado haciendo fila” para pedir que le hagan un examen de clamidia, cree Tariyal. “¿Sabes qué es mejor que una prueba gratis? La privacidad es mejor que lo gratuito. Eso era lo que queríamos vender”.
Pero resulta que “cuando dices que vas a hacer una compañía basada en la sangre de la menstruación la gente cree que estás bromeando”, se lamentó Gire.
Intentaron hacer su prototipo más sanitario; por ejemplo, usaron agua teñida de azul para simular la sangre. Pero realmente no hay cómo evitar el asco que provoca un tampón mojado. Las reuniones con posibles inversionistas eran “muy desalentadoras”, comentó Tariyal.
Un estudio reciente hecho por académicos de Babson College mostró que el 90 por ciento de los socios en despachos de capital riesgo son hombres. Así que con frecuencia Tariyal y Gire se entrevistaban con un hombre y le vendían una máquina para tampones.
“Alguien nos dijo que el producto solo les serviría a las mujeres, que son solo la mitad de la población, que cuál era el caso”, relató Tariyal. Otros posibles inversionistas querían que imaginaran su tecnología como un producto para hombres: ¿Habrá forma de rediseñarlo para que midiera la testosterona? Uno sugirió que desarrollaran una máquina y que los hombres la usaran para probar a escondidas la salud sexual de sus parejas, porque “las mujeres son mentirosas” y esparcen enfermedades venéreas.
Para el verano de 2015, Tariyal y Gire ya se estaban desesperando. “Después de haber tenido una semana especialmente difícil, Stephen y yo decidimos que teníamos que encontrar la manera de hacerlo más interesante para los inversionistas”, dijo Tariyal, y Gire añadió: “Y entonces tuvimos nuestro momento de lucidez”.
El flujo menstrual es más que solo sangre: también es rico en células que se desprenden del útero y ovarios, las que, unidas con herramientas genómicas, podrían abrir una ventana a los cuerpos de las mujeres y advertir de las primeras señales de cáncer y enfermedades reproductivas. “Stephen y yo queríamos remplazar las pruebas de sangre tradicionales, pero al final encontramos algo mucho mejor”, sostuvo Tariyal.
Esta nueva visión resonó con los ejecutivos de Illumina, una compañía que fabrica equipo para secuenciación de genes, quienes contribuyeron con un laboratorio y asistencia técnica. Ahora Tariyal y Gire están experimentando con un nuevo examen diagnóstico para la endometriosis, una enfermedad dolorosa causada por tejido uterino que crece donde no debería. Las mujeres desechan tampones que pueden usarse para extraer células uterinas, que después se analizan para buscar cambios genómicos asociados con la enfermedad.
La cirugía laparoscópica es lo que se suele emplear para diagnosticar endometriosis; muchas mujeres sufren de esa enfermedad durante años antes de hacerse la cirugía. Si funcionara, una prueba de tampón podría ser una forma mucho más fácil de diagnosticar la endometriosis en sus primeras etapas.
También se dieron cuenta de que su nueva idea era atractiva para otro tipo de inversionista.
“Nuestro primer cheque grande fue de Len Blavatnik”, el filántropo y hombre de negocios de ascendencia ucraniana y estadounidense, dijo Tariyal. Después Blavatnik le pidió a una consejera llamada Patricia Benet que le diera seguimiento a esa nueva empresa, que ahora se llamaba NextGen Jane, porque quería tener el punto de vista de una mujer, lo cual llevó a un cheque todavía más grande. La empresa también recibió financiamiento de Pardis Saberti, una de las principales científicas de genómica evolutiva; ella dirige el laboratorio de Harvard que registró las mutaciones del virus del Ébola en el brote de 2014.
El papel de las mujeres en esta historia sugiere que los contactos sociales entre mujeres pueden transformar la manera en que desarrollamos tecnología.
Tariyal me dijo que escogió su campo porque le gustan las pretensiones audaces de la ciencia que parecen sacadas de la ciencia ficción. “¡Quiero un hyperloop! ¡Quiero vivir en Marte!”, exclamó al hablar con admiración de inventores como Elon Musk.
Al mismo tiempo, le preocupa que “un pequeño grupo de personas sea quien determine cómo será nuestro futuro”. Si nuestros inventores e inversionistas son homogéneos, apuntó Tariyal, entonces “nuestro futuro también será homogéneo”.